Y AMANECIÓ UN NUEVO DÍA

Tengo un amigo al que no le gusta atestiguar que las cosas van mal; es decir, todo puede estar marchando en la peores condiciones a su alrededor y ser perfectamente consciente de ello, pero no lo dirá en voz alta. La razón es la creencia en una especie de autocumplimiento que explica el hecho de que afirmarlo lo retroalimenta.

Charlamos juntos acerca de todos esos problemas que nos atacaban y llegamos a una conclusión que puede sonar pueril, pero en cualquier caso ¡quien no se consuela es porque no quiere! – Si todo lo que nos rodea es negativo, quizá los astros se estén alineando para traer algo bueno. Hace falta que todo se hunda para poder reconstruirlo. Hay que romper para crear. Es necesario el derribo para que donde antes había un edificio ahora haya un parque. Entretanto hay que vivir el passing y éste es durísimo pero es necesario conseguir pasar el trago con la mayor entereza posible; es importante mantener la cabeza fría porque sabes que pasado el tormentón te dirás la frase Y amaneció un nuevo día.




El proceso de remontada es una montaña con una ladera afilada. Parte de la subida es saber que se ha perdido todo en la vida. Ya no queda nada y, cuando no se tiene nada, no hay nada más que perder. Esto es altamente peligroso. En ausencia de apuestas las motivaciones se limitan.

Existe ese callejón oscuro y siniestro en el que sabes que no debes meterte jamás y, sin embargo, el riesgo de entrar es suficiente aliciente. En tu contra están todas las inseguridades que has acumulado a lo largo de los años, pero a tu favor está esa mirada atrás que te dice que nada puede ser peor. Alimentada por la idea de que aunque sabes que no debes quizá encuentres allí lo que buscas desesperadamente, entras. Y al llegar al final de la calleja descubres que no hay salida. Se trata de un muro inmenso cuya cima no divisas. Ahora hay muy pocas opciones. El camino de vuelta no te gusta y, para colmo, tampoco es fácil de encontrar en medio de toda esta oscuridad.

¡Qué malo es no tener nada que perder! ¡Qué malo es acumular motivos para llorar y no tener ganas! ¡Qué malo es recibir malas noticias y ni inmutarse!

Porque lejos de creer que se trata de autocontrol, lo que sucede es que se está en esa línea amarga de la vida donde ya nada importa nada. En ausencia de motivaciones las ilusiones se disipan.

Subida en un barco que va a la deriva tu cabeza empieza a dar vueltas a las últimas palabras que escuchaste, a las últimas decisiones que tomaste, a las últimas órdenes que acataste y te preguntas si todo eso va en la línea de lo que buscabas. Ante un nuevo revés, que ya ni produce desgaste, estás por agradecer a todos aquellos que han contribuido a volverte insensible, el regalo de esta nueva fortaleza. Pero al final optas por una ducha caliente creyendo ilusamente que purificar el cuerpo te purificará el alma. Y mientras el agua tibia cae sobre tus pestañas, sin poder abrir los ojos y con la respiración entrecortada, te preguntas cómo el cerebro puede decirle al corazón que haga el favor de congelarse.

Cuando el corazón no funciona, todo lo demás resulta impracticable.

Llegas a una poderosa conclusión: la sentencia “la esperanza es lo último que se pierde” es una bazofia. Desde este momento la frase estrella es: “”no esperar nada cuando no cabe esperar nada”.

Si la vida regala, magnífico será el regalo.

Y mientras todo lo malo termina de confabular en mi contra, destrozando lo levantado en el pasado con esfuerzo, con la finalidad de tener que volver a empezar, construyendo todo lo bueno, me asomo por la ventana para sentir el sol y espero el momento adecuado en el que decir con una sonrisa… y amaneció un nuevo día…

CADA.


P.D. A: M, por su valor para mirar con alegría los reveses de la vida y por haber inspirado este post; a E, porque hoy no ha amanecido para ella; y a C, por su apoyo incondicional en una de las 5 peores semanas de mi vida. (Siempre mis tres chicos)

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